domingo, 1 de enero de 2012

Don Guillermo Roldán Gil


Don Guillermo Roldán Gil con su esposa doña Fanny Bocanument


Don Guillermo Roldán Gil
Víctor Bustamante

Si hay algún término con el que se puede definir a Don Guillermo Roldán, para denotarlo, es el de que era un maestro en toda la extensión de su significado. Austero, disciplinado, responsable y amistoso son calificativos que no bastan para recordar ahora en este diciembre su cercanía y la significación que él le dio a su vocación de maestro, y que le otorgó ese tinte de ser y de vernos reflejados en su ejemplo de vida porque él con su magisterio siempre estará en las primeras líneas como lo será siempre: un maestro y una persona cercana en mis afectos.
Y no lo digo como un cumplido sino como una certidumbre, ya que fui su alumno desde la primaria hasta todo el bachillerato, donde su presencia se convertiría en algo difícil de encontrar ahora: su carácter de ser un maestro como servidor de una comunidad sin ningún interés que el de su magisterio.
Sí, aun lo veo en el primer salón, del lado izquierdo a la entrada de la Escuela Urbana de Varones, dándome clase, dándonos clase, una mañana. No sé porqué esta impresión ha quedado: verlo dibujando en el tablero la imagen de un héroe de independencia, el máximo, Bolívar, para luego convertirlo bajo el mismo boceto en otro personaje. Creo, que de él viene mi amor por las ciencias sociales. Él era el director de la escuela, además muy serio para tratar todo ese montón de alumnos en ese patio donde él toca la campana, que rige los caminos de su autoridad, en el pasillo izquierdo donde había nada menos que un asta de bandera con un universo de cemento, una esfera, con todos los países pintados en color café, y de azul el mar, los mares.
Había además, en la escuela, una enorme piscina en cemento gris bordeada de cicatrices y hendiduras a la que nunca llenaron de agua, y donde, como es  de nunca nadie nadó, no sé si por lo honda, no sé si por lo contaminada que se volvería el agua. Lo que si sé es que había una bodega en la parte baja donde habían cientos de pizarras inutilizadas, guardadas en frágiles cajas de madera, ya en camino a la podredumbre, que eran como un tesoro al pasar mi mano por la superficie negra con cuadriculas y bordes de madera.
Pero bueno, ese era el espacio donde gravitaba don Guillermo, esos eran los primeros pasos de muchos escolares que de la mano de él, aprendimos a discernir entre el conocimiento y la ética, una verdadera postura que señalaría nuestras vidas.
Luego el pasó a ser rector del colegio, Manuel José Caicedo, y siempre con esa seriedad lideró el paso de sacar los primeros bachilleres en el pueblo, en Barbosa, y evitar que muchos de ellos se fueron a continuar su bachillerato en otros lugares. Siempre con la aquiescencia del párroco, Luis Eduardo Pérez, que pese a su mal genio, siempre estuvo preocupado por la educación.
De don Guillermo aun recuerdo en alguna clase, ya en bachillerato, como nos contaba sobre su origen, su pueblo natal, Entrerríos, y como llegó a Barbosa. También está presente su clara cercanía con los eventos de la iglesia, su amor por las ceremonias religiosas donde era imperioso verlo nada menos que en misa recogiendo las limosnas, y además pendiente de la buena marcha en las festividades principales de Semana Santa y en diciembre. Él es la primera persona que vi de tirantes en las mangas de camisa, siempre serio, y fueron pocas las veces que vi por las calles del pueblo.
A él le encantaba verse inmerso en el humo de su pipa, cuyo aroma impregnaba el patio, los zaguanes del colegio. De él solo tengo que darle ese agradecimiento, por su persona, por su presencia, por sus enseñazas, ya que detrás de su rostro severo y serio, cuando algo se presentaba, alguna anomalía en el colegio, la solucionaba, con ese respeto venerable que inspiraba en nosotros, creo que a todos los alumnos. Muchas veces conversaba con él en los descansos, donde nos ilustraba, el descanso se hacia corto ante la magnificencia de su diálogo y le mesura de sus opiniones.
Sí, habría que verlo, atento y sereno, desplegando su poder de convocatoria.
De su escritorio de la rectoría siempre vi un diccionario Larousse y los libros de Elvia Gutiérrez la autora de la letra del himno a Barbosa, sobre Bolívar, junto al cuaderno de firmas de observación, así como la probidad de su carácter y el respeto que inspiraba entrar a su oficina.
Sí, Don Guillermo es una presencia por su severidad como maestro, su responsabilidad y desde ahora el la fraternidad que siempre nos inspira y una conducta de vida a quienes lo escuchamos.
Cualquier palabra que se diga sobre su ejemplo de vida, sobre la inspiración que él nos dio no basta para justificar este texto de mi amor y respeto que le escribo.