Libardo Ortiz
Víctor Bustamante
Estaba, estábamos en pleno recreo en el patio
del colegio, Manuel José Caicedo, cuando lo vi recostado contra una de las
columnas verde claro de uno de los zaguanes. Estaba solo y serio como
corresponde a un recién llegado, algo hablamos, casi nada. A una pregunta de dónde
venía, de Girardota, respondió el hombre más serio del mundo. Entraba a
estudiar a un grado anterior, no recuerdo en cual, pero si recuerdo su cabello peinado
de lado sobre la frente, pero esa seriedad del recién llegado luego se revertiría,
en su talento.
Sí, lo que ese talento no se reveló en ese ese
instante, era su hermosa voz, que luego escucharía en un acto público allí en ese
mismo patio, que era cancha de básquet; eso, en un acto publico cantó con el
bello timbre de su voz una canción que siempre lo identificará con él, “Oh
tierra del sol suspiro por verte”. Esa es la versión que más me gusta y punto,
aunque la cantan autores de mucho renombre. Y aunque era el tiempo de las
baladas, esa canción en su voz se ha quedado, es la canción de Libardo Ortiz
una mañana cuando debutó y nos sorprendió a rabiar.
Luego lo vi, lo comencé ha escuchar al lado de
otros músicos de Barbosa, de pronto Oscar Tabares, y junto a su compañera inseparable,
su guitarra..
Más tarde formó un grupo musical, Los Dinámicos, con Omar
Cañas, con Jorge Luis Sierra, con Peralta, con Jaime Sossa; ensayaban, en el salón parroquial, en
la esquina alta del Callejón, algunas baladas y, sobre todo, música tropical para
animar fiestas en varios sitios de Barbosa.
También, al madrugar para el colegio, un lunes, aun lo veo con su sarape mexicano bebiendo en el kiosco a plenas ocho de la mañana, sensible
y hermoso como un ángel desolado: estaba amanecido; músico que se respete tiene
la bohemia como su paraíso terrenal.
Su talento lo llevó a ganar una versión de
Antioquia le canta a Colombia, 1976, en la sede del estadero Los Recuerdos en
la calle Colombia, en Medellín. Era, es un reconcomiendo muy merecido a alguien
que como Libardo nació para la música.
En esos días se dio el lujo de aparecer en la
tele, y ahí encontré la manera de eternizarlo: ver a algún amigo allí era cosa
del otro mundo y más cuando había que viajar a Bogota, honor merecido por él.
Además obtuvo algunos contratos para cantar en algunos
ligares de prestigio de Medellín.
Luego se volvió profesor y no me lo imagino deambulando
por calles extrañas, lejos de ese pueblo que lo ha acogido y lo hace ciudadano
suyo.
Hace años no lo he suelto a ver, solo se que su
talento debe de estar intacto, que no ha olvidado la música, ni a las bellas
mujeres ni la bohemia, que reúne, que convoca.
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