sábado, 5 de mayo de 2007

Noticias de Pedro II, El Papa de Barbosa






Fotografías:
1. Carátula de Noticias de Pedro II, El Papa de Barbosa.
2. Pedro II
3. Manuel José Hurtado y la actriz cubana Dalia Iñiguez.
4. Silla papal
Noticias de Pedro II,
El Papa de Barbosa

Víctor Bustamante

(Fragmento)

22. La eterna juventud.

Hierático, ordenó a su carpintero Puno, que tapara las hendijas y agujeros de su cuarto. A Urbano lo envió al techo a coger goteras. Hizo instalar junto a su puerta una pesada cortina para que impidiera la entrada de iluminación. Había leído la fórmula que un sabio hindú, Kayakalp, practicó con Gandhi, quien salió rozagante con quince años menos.
Antonio hizo cálculos, podría quitarse los mismos años y quedar de treinta; con esta edad podría esperar la muerte de Pío XII.
Se encerró desnudo un martes de luna llena, se aprovisionó de botellas de miel, leche de vaca negra, manteca, una hierba llamada Aonla, ─pero al no encontrarla, la reemplazó con hierba recogida al borde del río─, frutas frescas. Sobre todo alimentarse de mucha papaya, mucho silencio, y oscuridad. No podía afeitarse, ni bañarse. El doble de período en oscuridad no me dejará de veinte, pero al menos si me harán sentir pleno de energía, se dijo. Su avituallamiento, lo completaba un tonel con agua, para imitar el vientre materno.
Cielo, acostumbrada a las ocurrencias de Antonio, dispuso el orden en el Vaticano II.
El primer día, lo pasó hundido en pleno silencio, flotando bocarriba en el tonel lleno de agua. Luego en la tarde se postra en su cama, en plena inmovilidad. Una idea vino a su mente para combatir el tedio de no pensar en nada, buscar el verdadero nombre de Dios.
Comenzó intercambio cada letra de la palabra Dios. Tenía la certeza de que al pronunciarla en forma correcta, se vería joven, niño o anciano. Siguió con la palabra Alá, y no obtuvo buenos resultados. Hizo lo mismo con la palabra Buda y muchos menos. Nada de una luz que lo llevaría fuera de su cuarto, Buscó otras palabras alegóricas a Dios: Luz, Fuego, Roca; las pronunció al revés: zul, ogeuf, acor. Sólo escuchó las fresas de la dentistería, una de las auxiliares golpeando las teclas de la máquina de escribir, a Puno cepillando tablas para completar su ofertorio o a lo mejor ideando otro adorno para su ataúd.
Era más terco que la desesperanza. En pleno silencio y oscuridad, hundido hasta los hombros en el tonel con agua fría, dijo, El que es, el Ser por excelencia, el Eterno, Yahveh o Yahve, repitió esos apelativos intercambiando sus letras. El anhelado pasadizo, las escalinatas no aparecieron por ningún lado. Volvió a la carga: Yahu, Yah Yo. Salió del tonel y secándose fue a su lecho, se tendió en meditación.
Bajo las mantas en pleno silencio recordó la palabra Migu-el (el que es como Dios); Rafa-el (la curación de Dios); Danie-el(Dios es mi juez); Micha-ya, Miqueas (quien es semejante Dios), Joachanan o Juan (Dios es bondadoso); Jo-el (Yahve es Dios). No sólo los escribió en un cuaderno escolar, multiplico las maneras de pronunciarlos y volver a mezclar sus letras, con la misma tenacidad, pero nadie le contestó. Ni el rayo de luz inundó de pronto su cámara oscura.
Me falta más fe, se dijo, mientras el sabor de una tajada de papaya, le recordaba otros platos exquisitos. No sintió rabia, no quería perder energía de una manera innecesaria.
Recordó el griego Kyrios, Theros para designar el nombre de Dios. Pero el mismo silencio prosiguió. Los días comenzaron a perder su orden. No se inquietó por ello. Cielo tenía la orden de no molestarlo y al cabo de quince días golpear la puerta para recordarle, la terminación de su ayuno.
Ese día no se quedó bocarriba con la mandíbula desencajada, los brazos extendidos sin el menor esfuerzo. Comenzó con Jesús, Salvador, Señor, Mesías, El Rey, El Ungido, Nuevo David, Cordero de Dios, Hijo de José, Hijo de María, Hijo de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Bien amado, Unigénito, El Hijo, El Verbo, Emmanuel, Dios con Nosotros, Sol Naciente, Hijo del Hombre, Pan de Vida, Verdadera Vida, Luz del Mundo, La Puerta, El patrón, La Resurrección y la Vida, Primero y Último, El Viviente; El que escudriña los riñones y los corazones, El Alfa y Omega, El Principio y el Fin, La raíz y el linaje de David, La estrella radiante de la mañana. Nadie respondió, ningún golpe a la puerta, ni a la pared, ningún sueño premonitorio. Ese juez supremo permaneció agazapado en su concha. Una lágrima le rebajó a simple mortal. Más tenacidad, se dijo.
Durmió no sabe cuantas horas. Sintió un pequeño insecto sobre cuerpo. En medio de su desazón, se alimentó con miel y frutas, y se tendió de nuevo sobre su lecho.
Recordó los mil desuses. Los había pronunciado en noches de mayo florido. Recordó otros nombres, Jesús el que viene, El santo de Dios, Justo, Juez puesto por Dios, El león de Judá, El amén, El testigo fiel y verdadero, El príncipe de las obras de Dios, El Primogénito, El Príncipe primogénito de entre los muertos, La cabeza del cuerpo, La piedra angular, La imagen de Dios invisible, Destello de la gloria y efigie de la sustancia de Dios, Nuestro abogado ante el padre, Victima de propiciación de nuestros pecados, Príncipe de vida, Jefe, Salvador, Esposo mío. Nada la misma noche perenne. Lleno de ira se golpeó contra la pared.
De afuera escuchó la voz de Cielo:
─¿Qué pasa Toño? ─dijo.
Él no contestó. Imaginaba un pasadizo secreto que aparecería ante sus ojos, un cuarto iluminado al igual que el caballero de Las Meninas de Velásquez que mira al pintor antes de irse.
Este nombre se dijo, era de una lengua semítica y desconocida, sin embargo pronuncio: Ser fuerte, El-hai (Dios viviente), El Haschmain (Dios del cielo), El-elohim (Dios de dioses, el altísimo). Este último lo contó despacio las dos mil setecientas veces requeridas. Como buena costumbre nada ocurrió.
¿Será que los dioses se encuentran dormidos?, dijo.
Elhim, Elohim, Elohim Sabaot (Dios de los ejércitos), Adonai, Señor. Nada, lo venció el cansancio. Soñó, que una máquina de escribir, enloquecida, escribía el nombre buscado; le lleva una delantera de veinte años. Un monje anciano, del Tibet, elaboraba esas combinaciones.
El sueño se deshizo en plena oscuridad. No acertaba con el nombre secreto. Se alimentó otra vez de papaya con miel; sentía la fruta bajarle por el gaznate. Había desechado los baños, porque necesita esa energía para pensar y combinar de una manera adecuada las sílabas.
Buscó los nombres de segunda categoría, El Omnipotente, Schadai.
─Magíster, Magíster ─dice al otro lado de la puerta Cielo─, deje caer alguna cosa, para dejarlo tranquilo.
Antonio estrelló una de las botellas vacías de miel contra el techo. Cielo pensó que lo había interrumpido y se marchó.
El Santo y Qadosh fueron los próximos apelativos. Repitió Yahveh siete mil quinientas sesenta y ocho veces de todas las formas combinatorias posibles. Colocó una manta húmeda sobre su cuerpo para no verse vencido por el sueño. No ocurrió nada. Intentó con YHVH,y con Jehovah. Furioso miró sus manos por si habían aparecido los estigmas. Nada.
Terminados los nombres que sabía, no encontró nada que hacer. Sólo una certeza lo acompañó: había rejuvenecido. Somnoliento salió al patio, ─era un día soleado─, se sorprendió al ver las estrellas, y se fue de bruces al piso.
Cielo vio la figura pálida, sucia, con barba desusada. Un fuerte olor a amoniaco salía del cuarto de Antonio. Las cuatro mujeres, lo bañaron, masajearon su cuerpo, y observaron con curiosidad la piel color de papaya de Antonio.
─¿Cómo le fue? ─preguntó Cielo.
─Ni hablar de peluchín. ─respondió.

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