viernes, 12 de octubre de 2012

Don Manuel Posso

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.Don Manuel Posso junto a su esposa Mariela Agudelo


Don Manuel Posso

Víctor Bustamante

Don Manuel fue uno de los profesores más connotados, y todo un referente, mi profesor de matemáticas. Controvertido, lo digo por el desafecto mío con la materia que dictaba: nada menos que el entramado de operaciones con números y números, y problemas, que me daban una solución extraña en los exámenes, afilado por mis apuros en solucionarlos, lejos de una interpretación lógica de mí parte.
No era raro estar conversando en el recreo con otro alumno más desanimado que yo, Neftalí Gómez, preguntándonos porqué razón habían inventado las matemáticas, junto a la pregunta casi infantil que aparece en los salones de clase, ¿para qué servía esta materia? Preguntas con nuestras ilusas respuestas: para nada, Y hacíamos el recuento de las otras actividades en las cuales no era necesaria. Es apenas obvio que estas preguntas inútiles se daban por nuestra irresponsabilidad con el estudio.

Más tarde don Manuel ya nos enseña álgebra, una materia con nombre exótico y bello. Siempre me gustaba decir ante otros estudiantes de menor grado que veía algebra así como más tarde me llamó la atención el nombre de otra materia: apologética que no era más que la extensión de la doctrina católica.
Aun me encuentro en clase. Además de geometría, él pregunta quién quiere salir a demostrar un teorema, y yo alzo la mano porque aprendí el truco, él nunca saca al tablero sino a quienes están callados y muertos de miedo como yo. Cuando lo que hago, es mentir de esa manera para que no me saquen al tablero que es la máxima expresión del temor a hacer el ridículo cuando no se estudia.
Pero lo que sí es cierto es que don Manuel, fue un gran profesor, honesto y cumplido, respetuoso y serio, y siempre en esa línea distante, pero con afecto, como eran los maestros de entonces.
Siempre lo veía salir temprano hacia el colegio, ya que yo vivía diagonal a su casa, situada frente al parque principal, contiguo a la heladera Taboga. Salía con su maletín, donde reposan esas notas, siempre malas para mí, elegante de corbata y de saco para el colegio en la plaza de arriba, para la clase. Fue director de grupo en mi primer año de bachillerato, y profesor en los otros años, salvo en el segundo.
De ahí que al ver estos maestros cada año, se crea una red de cercanías, de afectos, su presencia siempre perdura ya que se convierten en la extensión de esa familia que lo forma a uno.
Pero mientras él explicaba su materia yo estaba en otros lugares, soñando despierto, después de leer historietas de aventuras, o recobrando la trama de alguna película de vaqueros, por eso nunca fui un buen estudiante de su materia. Recuerdo su letra hermosa, con que firmaba los cuadernos, y esa lejanía de siempre al calificar. Nunca tuve un roce con él, un desafecto sino mi admiración porque más tarde cuando aprendí a ser responsable sí entendí su materia, y un gran secreto: la perseverancia.
También fue el director de mi último grado de bachillerato, pero perdura en mí por su entrega su devoción, su carácter de ser uno de esos maestros de formación que siempre uno vivió y respetó en las aulas, en los salones de clase. Nunca lo vi de mal genio, sino serio, y es ahora y siempre un referente, una presencia.
Una de sus labores era estar muy vinculado a las actividades de la parroquia. Ahora, en esta tarde, aun estamos en pleno parque principal, al frente de la esquina de Quinchía, ha llegado todo el colegio Manuel José Cayzedo, de uniforme, hermosos, luego d ser acompañados por la banda del colegio y  siempre adelante la banda de música de la parroquia. Habíamos marchado desde la plaza de arriba en escuadrones formados con todas las de la ley, es decir, los escuadrones no hemos seguido de largo en fila, sino que en cada esquina cambiamos, o sea que los alumnos giramos y los que íbamos de primeros podemos quedar de lado. La tarde es pesada y la ceremonia es larga como corresponde a un acto religioso, hemos caminado marchado, mejor delante de las otras instituciones, solo otras dos, el colegio de mujeres y ambas escuelas, de niñas y de varones.
Sí la plaza de arriba ya encuentra su significación fue el punto de encuentro de todos los escolares y por eso es representativa con sus calles, sus casas, sus gradas junto a la capilla, tan gratas, para estar sentado allí con algunos compañeros y esperar la salida de las muchachas del colegio y verlas ahí en ls esquinas tan amadas.
Pero ahora ya estamos en la esquina de Quinchía,  frente al atrio y es que hay un gentío enorme que no deja subir los autos ni a nadie más. Hemos llegado y las imágenes de los santos  en andas creo que  sea la San Antonio, el patrono, ya la han entrado a la iglesia y ahí los otros curas con vestidos de ceremonia, encabezados por el padre Pérez que habla y habla, recrimina y recrimina, y aquí estoy estamos escuchándolo hablar del cielo prometido y del infierno tan temido. Y es que en medio de toda la baraúnda y del incienso, aparece don Manuel dando instrucciones a los que llevan una cinta de colores azules y blancos que pende de un festón, una guirnalda. Quien porte una de esas cintas debe dar dinero y don Manuel lo recoge, y es así como que caigo en cuenta que él también colabora con la iglesia. Él está muy serio y bien vestido y recoge el dinero en una canasta. Ese dinero que tanta falta le hace al padre Pérez y que recrimina cuando le dan poco.
Me gusta el aroma del incienso, me gusta ese olor, siento que me transporta lejos pero no aguanto el calor y el hambre y es que comprendo que el padre Pérez tiene mucha influencia en la educación, es más el liceo fue fundado por la iglesia, por los curas.
Pero regreso a la presencia de Don Manuel Posso, tenía otra actitud, era elegante para fumar, fue una de las únicas personas a quien vi fumar un cigarrito de marca extranjero: Parliament mientras habilito matemáticas en su oficina, ahí en medio del patio, en la secretaría, donde hay una entrada para el colegio y al frente la calle, el parque de arriba tan solitario en los inicios de vacaciones. Él me ha puesto unos puntos para la habilitación y se ha ido a la esquina donde donde don Juan a tomar tinto, pero antes me ha dado algunas indicaciones de cómo resolver los puntos, pero yo estoy más que perdido y con algo de tolerancia abro mi cuaderno y de una, temblando, ante su posible llegada, pasteleo y los resuelvo, al mucho raro él llega. Yo el hombre más concentrado del mundo, y le entregó el examen.
Siempre me ha parecido magistral la manera de saber cómo esos profesores amados, nos hicieron compañía desde todo el bachillerato que los vi, los vimos a toda hora en el colegio, en clase, se convivieron en una extensión de la familia, por eso son caros al afecto.
También don Manuel fue director en el último año, el sexto, como nos queríamos gastar el dinero recogido en pequeñas fiestas, resolvimos, todo el grupo, armar un paseo a la costa,. Y ahí estamos frente a  su casa, todos tan contentos, tan pecuecudos, llenos de maletas y cámaras de fotografía para salir de viaje, ah, ir al mar. Por supuesto don Manuel y su esposa viajan con nosotros. Fue una de las pocas veces que lo he visto en mangas de camisa, alegre, atento, pendiente de que todos hubiéramos llegado,
Ahora en esta tarde de octubre va mi cariño a su presencia, a su familia. Ah, la grata presencia de grandes maestros como él, Don Manuel Posso.

1 comentario:

jorge argiro tobon olarte dijo...

También es bueno recordar, que don Manuel Poso, fue el director de esa banda de guerra del liceo Manuel Jose Caicedo y de la cual yo pretendí ser integrante, pero mi oído musical no deba ni para tocar el triangulo. Era pésimo. No pude con las trompetas, con los tambores era disonante, con el bombo ni hablar, así que resolví no participar mas en ella.